«Quien salva una vida, salva al mundo entero» que diría el Talmud. Este es el eje central de TLOU. Estamos cansados (o no) de héroes que salvan a la humanidad entera de asteroides, armas nucleares, virus o alienígenas… Pero ¿Y si una sola vida valiera lo mismo que el de toda la humanidad?
El tuitero Pepo Jiménez realizó una encuesta en Twitter en agosto de 2018 donde preguntaba: «Un niño se cuela en tu casa y, por accidente, provoca un incendio. Tu perro está dentro y llegas justo a tiempo para salvar solo a uno. ¿A quién salvas?» El asunto trajo cola y de la pura especulación ociosa e inocente se montó la de siempre entre usuarios que necesitan vivir en la bilis de la polémica y la autodefensa corrosiva e irritante… (Inciso: yo salvaría a mi perro, faltaría más).
La potencia, alcance y audiencia del videojuego —y ahora de la serie— se cimenta en la exquisita narrativa y química entre Joel y Ellie. La manera en que cada personaje va recorriendo su propio camino mientras se apoya en el otro es el pilar del éxito de la obra. TLOU pone de manifiesto que el mimo narrativo es esencial y que no solo es patrimonio de las aventuras gráficas. Al igual que el uso de la violencia es el vehículo personal de Tarantino para exponer su gran teatro del mundo, TLOU manifiesta lo que ocurre cuando se junta el hambre —orfandad de Ellie— con las ganas de comer —paternidad truncada de Joel—.
Y es que cuando el Apocalipsis rompe la baraja y las normas sociales estallan, solo hay espacio para dos clases de etiquetas: depredadores y gacelas cojas. La supervivencia no pide permiso ni entiende de ética, moral, cuotas, ofendiditos ni incorrecciones políticas.
A mi señal, ira y fuego.
MANUEL POCIELLO 