“Las opiniones son como los culos, todos tienen uno” es una de las míticas frases del inspector Harry Callahan, el inmortal Clint Eastwood. Hoy toca la acumulación de opiniones a favor y en contra acerca de lo adecuado de sacar o no a pasear la mano por la cara ajena a ritmo de sopapo en un acto decimonónico de resarcimiento de un oprobio insidioso y público contra la persona amada.
Opinión también la tengo yo, pero eso no importa. Lo importante es el impacto (nunca mejor dicho) del acto en sí. La repercusión de algo que en la pirámide de Maslow de las prioridades vitales de cada uno debería quedar en la base, en lo anecdótico. Alguien muy centrado en su trabajo, en su actividad preferida, en la lucha contra una cruel enfermedad o en el mismísimo frente de batalla, no tiene tiempo para chismes y bagatelas. A estas personas les llueven suficientes hostias propias que no están para guantazos ajenos.
Hemos centrado el tiro en erradicar la violencia física, para abrir cierta manga ancha al uso de la violencia verbal o escrita, bajo el amparo de los límites del humor. De tal manera que según quién, según qué, según a quién y según por qué, la admisibilidad es diferente. Así queda calificada y va directa al encasillamiento de buenos y malos, de héroes y villanos, de unos pocos que señalan el objetivo y unos muchos que apalean los cristales de negocios marcados con la Estrella de David.
¿Es de extrema gravedad? ¡Anda ya!, que se perdonen, se retiren la palabra o se batan en duelo al amanecer con pistolas con empuñadura de sándalo, que ya son mayorcitos.
Y mientras nos despistamos queda cada año más de manifiesto lo irrelevantes, lobbistas, interesados y maniqueos que se han vuelto los Óscars.