LA ISLA DE VIERNES
—Sr. Crusoe, le agradezco todo lo que ha hecho por mí, pero prefiero quedarme en la isla y formar mi propia familia. Lo único que le puedo prometer es que abrazaré su fe y abandonaré el canibalismo siempre que el hambre no me arrastre a ello. Parta de nuevo hacia su Inglaterra natal y siga su camino. Sabré cuidarme solo.
—Sea, mi querido Viernes. Sea.
Se fundieron entonces en un fraternal abrazo. Sus cuerpos arrasados por el sol y lacerados por mil aventuras se separaron para siempre. Robinson regresó a Inglaterra veintiocho años después de su partida y, cuando ya tocaba el cielo con las manos por los pingües beneficios de las plantaciones cafeteras brasileñas que su familia había explotado a lo largo de todos aquellos años de su ausencia, fue devorado por unos lobos en una brumosa tarde de tormenta, camino a visitar a sus padres en Essex. Los restos del cuerpo desmembrado de Robinson Crusoe quedaron siendo lamidos por la lluvia.
Mientras los lobos se daban aquel festín en Inglaterra, frente a las costas de Chile, Viernes continuaba explorando la isla principal del archipiélago de Juan Fernández donde el caprichoso destino le había llevado a ser el báculo del señor Crusoe. Fundó una reducida y próspera comunidad de pescadores, abolió la tradicional esclavitud colonialista europea y encontró un pequeño ramillete de esferas esmeraldas que, semejantes a uvas poco maduras, tragó sin dudar (él y toda su familia). Las cápsulas llevaban ocultas miles de años en el fondo del mar. La formación volcánica de la isla las aupó a la vereda de aquel riachuelo de agua dulce. Su ingesta les alargó la vida a todos.
Tras algunas escaramuzas con pescadores foráneos, que se resolvieron sin violencia, consiguieron llegar a un acuerdo con el gobierno chileno para disponer de una autonomía administrativa suficiente y mantener el secreto de su longeva comunidad a buen recaudo… Y así llegó 1976, fecha del primer incidente. Ulani, la trigésimo séptima biznieta de Viernes, fue quien lo vio. Se encontraba recogiendo conchas para la confección de collares de cara al festival de primavera cuando llegó a la playa aquel extraño envoltorio que encalló en la arena. Lo cogió e, inmediatamente, se lo llevó a Viernes. Este leyó el envase: TWINKIES. La curiosidad sobre aquel hallazgo se hubiera diluido en pocos días si no fuera porque después de los Twinkies fueron llegando con cuentagotas envoltorios y bolsas de Donuts, Nestle, Cotsco, Jumbo, Lidl y hasta de la tintorería de Costa cruceros. También llegaron botellas, pero sin mensaje en su interior, solo el plástico deslucido y amarillento de Coke diet, Sprite, Cachantun… Empezó a ser frecuente que los barcos que salían a faenar capturasen más basura que peces. La recogían y depositaban en una vaguada de la parte oriental de la isla a la espera de darle una solución definitiva. No la querían enterrar ni quemar <<ya lo intentaron y el pestilente humo les hizo abortar el proyecto>>. Del continente les llegaban noticias que, bajo el término de <<contaminación>>, les indicaban que algo estaba cambiando, quizás para siempre. Todos lo fueron interiorizando. Viernes no veía la forma de defender la isla de aquello… Y así llego 2010, fecha del segundo incidente.
Por la prensa escrita de ultramar observaron las terribles imágenes de una mancha negra que se extendía por el Golfo de México. Aves, peces y mamíferos se hundían y agonizaban embadurnados en aquella brea. Morían tragando betún. Algunos hilos de aquel material ya habían llegado con anterioridad a las costas de la isla pero aquella enorme mancha podía ser el final de lo que la mano del Creador había dibujado para aquellas tierras salvajes. Viernes lloró por primera y última vez en su vida. No bastaba estar lejos de todo para no ser parte de aquel desastre. Viernes y el consejo de sabios tomaron una decisión drástica. Desde la fecha del hallazgo de las perlas verdes, hace casi trescientos años, solo habían utilizado una de sus propiedades: la de la longevidad. Ahora tocaba explorar el resto de ellas.
El festival de primavera llegó puntualmente en marzo. El día desfiló con las competiciones tradicionales de lanzamiento de cocos, de natación y de tiro con arco. La comida comunal con el popular pez espada, el baile público de las parejas prometidas para el año, las canciones de Enric El desdentado… Hasta que llegó el ocaso. La música cesó, un fuego se encendió en la playa y once estacas dobles se clavaron profundamente en la orilla. La comunidad al completo fue testigo de cómo once prisioneros eran acompañados a sus respectivos postes. Los ataron de pies y manos. El fuego seguía crepitando. El silencio solo se rompía por los gritos de petición de clemencia de los individuos apresados. Todos ellos llevaban entorno al cuello un collar de conchas elaborado por Ulani y por su hermana, Kontiki. La marea fue subiendo inexorablemente. Los gritos fueron descendiendo según el agua entraba en las gargantas de aquellos desdichados. La comunidad seguía en silencio. El fuego se iba apagando al mismo tiempo que por el horizonte nacía una tenue cuchilla púrpura. Cuando el agua superó las cabezas, los cuerpos bailaron al ritmo de las olas. La comunidad se retiró a sus cabañas.
Al mediodía, solo Viernes se encontraba en la playa con el sol omnipotente sobre sus hombros desnudos. El resto aún descansaba. De la hoguera solo quedaba un puñado de cenizas que el viento mecía perezosamente. Las once estacas seguían en su sitio, pero las cuerdas que sujetaban a los prisioneros ahogados habían sido arrancadas. Los cuerpos habían desaparecido. El océano se cobró la ofrenda de aquella longeva comunidad perdida en los mares de la memoria. Los once miembros del consejo de administración de BP (British Petroleum), con su suplicante presidente al frente, quedaban ahora al arbitrio de la Pachamama. Ella es la que todo observa y todo siente. Donde reconoce un guerrero puro, quizás con suerte, le ponga unas pequeñas uvas esmeraldas poco maduras en su camino.