CORONAVIRUS EN #300PALABRAS
Son los resortes del miedo los que mueven el mundo. La supervivencia del cerebro más reptiliano es la que se adapta a los sucesos que puedan poner en peligro la integridad física o mental del individuo. En situaciones de estrés prolongado el individuo pasa de un estado de alarma y desasosiego al de adaptabilidad (único mecanismo válido para la propia supervivencia). Numerosos son los casos en la historia de la humanidad donde el prisionero se ha institucionalizado antes que perder la cabeza.
El problema radica en que el producto que venden las sociedades del bienestar occidental elimina por completo la capacidad de supervivencia del individuo que delega (y exige) al estado que le cuide y proteja a cambio de los impuestos que paga. Cuando surge el drama o el imprevisto, al ciudadano solo le queda el amparo del victimismo como único altavoz a su infortunio. Lo que no recuerda es que el estado le ha usurpado su condición de superviviente al accionar los resortes de la docilidad, la confortabilidad y la previsibilidad. Un ciudadano situado en el redil rutinario de la colmena es fácilmente doblegable e influenciable.
En la lucha contra lo que pueda dañar los privilegios de nuestro bienestar está todo aquello que quiebra el que creemos que es el curso natural de las cosas. Olvidamos que las gacelas tienen que beber en un río infestado de cocodrilos. Al ciudadano le han pixelado los cocodrilos para que pueda beber tranquilo, pero allí siguen al acecho y, cuando nos atacan, ya hemos olvidado el manual de instrucciones de reflejos para zafarnos del peligro. Hemos depositado en manos de terceros nuestro bien más preciado: la fortaleza individual frente a lo inesperado. Ahora puede que sea tarde para recuperarlo. El virus ya nos infectó a todos hace tiempo y no tiene cura.