¿Y ESO NO PUEDE HACERLO OTRO?
EN #300PALABRAS
Acabamos de ser testigos de la nevada más abundante de los últimos cincuenta años en Madrid, con el colapso, que la lógica conlleva, en una ciudad poco dada a cubrirse con medio metro de blanco.
En una sociedad volcada en cercenar cualquier atisbo de imprevisibilidad hemos externalizado nuestras capacidades físicas e intelectuales en un conjunto de báculos oficiales, digitales, gubernamentales y de servicios de atención al cliente, que nos han hecho creer que todos nuestros problemas serán solucionados con rapidez y diligencia por terceros obligados a priorizar el salvamento de nuestro culo. Así las cosas, caminamos por la vida con la soltura y la suficiencia de sabernos a tiro de una llamada telefónica para ser rescatados de nuestros infortunios y falta de previsión. Exigimos ser el centro de atención, la reina del baile de graduación o el rubiales que toca la guitarra durante un fuego de campamento bajo los solícitos coros de un público entregado.
Homer Simpson ideó el gran eslogan de campaña del siglo XXI: “¿Y eso no puede hacerlo otro?”, que en resumen muestra la exigencia de ser rescatados de nuestro arrojo descerebrado en mar, montaña o castiza avenida, por funcionarios de uniforme que porten bandejas de plata con chocolate con churros. Se ha perdido la capacidad innata, de todo ser racional con un cerebro y dos manos, para lidiar con un apuro por sí mismo (o, de al menos intentarlo, antes de pedir asilo a la benemérita). Esta dejadez nos transforma en seres dependientes y nos despoja de los recursos necesarios para salir de un embrollo. No sabemos ni ensillar nuestro propio caballo pero bramamos sin pudor porque la quitanieves no pasa por nuestra calle y no escupe sal en el mismísimo felpudo de casa.
Demasiadas castañas bailando para salir del fuego. Algunas se acabarán quemando.