PARÁSITOS EN #300PALABRAS
Todavía en la fase de asimilación de lo que acaba de pasar hace escasos minutos y, sin tiempo para un segundo visionado ni para una reflexión reposada, creo que debo tirarme a la piscina.
Esta madrugada ha ganado cuatro Óscars la película surcoreana Parásitos, del realizador Boon Joon-ho, ostentando además el título de ser la primera película de la historia en ser galardonada con el Óscar a la mejor película sin ser de habla inglesa. Todo esto no valdría de nada si el contenido no fuera de calidad y hubiera sido premiado (como ocurre habitualmente) por diferentes tejemanejes de cuotas, pretensiones políticas o de grupos de presión. El que no reivindica, no mama. Muchos tragan con la cantinela y, para que les dejen de aporrear la puerta, conceden galardones, dádivas o subvenciones, del todo injustificadas, a quienes lloran con más ruin salero.
¿Cómo Parásitos tiene este éxito internacional y transversal que consigue saltar barreras idiomáticas, generacionales y sociales? Pues, seguramente, por la valentía de un director que ha entendido que sin el “denostado” concepto de Diversión, no es posible mantener la atención del lector o espectador de una obra cultural. El mensaje de Parásitos es universal, conocido y reiterado en el cine pero, en el tratamiento que picotea de varios géneros e introduce a Hitchcock, de Palma o Tarantino en una aparente película independiente de denuncia social y ética de Haneke, Loach o Kieslowski se halla su magnetismo. Mucha atención al tratamiento de lo intangible a lo Jean-Baptiste Grenouille. La intriga narrativa logra que el espectador transite por una dura senda pero con la mirada en el horizonte y no en la mierda que pisan sus pies. Así surge el milagro del poso y el aprendizaje que se adquiere por lo emocional y no por lo racional. Eso es éxito.